La reacción más frecuente de un perro que ve a un gato desconocido es acosarlo, ataque ante el cual el felino valora si debe huir o enfrentarse al agresor. En estos momentos el perro tiene las pupilas dilatadas y las orejas erguidas porque permanece expectante ante las reacciones del otro animal. Si el gato decide atacar se lanzará a la cara del perro provocándole heridas graves que se infectan con facilidad además de lesiones en los ojos, por lo que en un enfrentamiento, la rapidez del gato es una entera ventaja.
La buena convivencia entre perros y gatos se basa en el conocimiento y respeto de las diferencias entre las dos especies: los perros son más dóciles y fáciles de educar que los gatos mientras que éstos últimos se muestran más independientes. Estas y otras diferencias pueden provocar que perros y gatos se miren con recelo en un principio pero la proximidad del hombre facilita la disminución de estas tensiones al aumentar las posibilidades de éxito en la reproducción y constituir una garantía de supervivencia. Por esta razón los predadores domésticos adecuadamente socializados no sólo no son esquivos sino que buscan la compañía de los humanos y de otros animales.
Dicha socialización es más sencilla y eficaz si se produce desde un principio, cuando perros y gatos son cachorros, y servirá para adaptarlos a un ambiente distinto de aquél para el que han sido preparados genéticamente en el que no sólo no tienen que cazar para sobrevivir, sino en el que otras especies animales pueden ser sus compañeras.
Por tanto si perros y gatos comparten el mismo territorio y tienen contactos tempranos resultará sencillo que acaben por hacerse grandes amigos. Lo mismo sucede en el caso de otros animales como conejos, pájaros o roedores: para el perro será más fácil adaptarse a ellos si es joven o si su temperamento es tranquilo, lo que facilitará la convivencia desde un principio.
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