Cuando caigo en tus brazos
la fantasía invade
mi piel
y me siento elevada
al infinito del cielo.
Cuando toco tu piel
una tormenta estalla
en mis entrañas
y me siento infinita
y me siento mujer,
y no cabe en mi cuerpo
tanta feliciad
cuando caigo en tu piel.
Autor: administrador
Amor extremo 28
He hallado en tus ojos
el dulce sabor del día a día,
la fuerza para seguir mi objetivo en la vida,
la paz al terminar la jornada.
He encontrado en tus ojos
la pasión que mueve mi espíritu,
la alegría del niño que llevas dentro
y que contagia al mío;
la ternura de la compañía.
He encontrado en tus ojos
al hombre, al amante, al amigo;
a la razón de ser de mis días
al sueño que reconforta en las noches.
He encontrado en tus ojos
mis ojos,
y mi sonrisa
y mi rostro reflejados;
a mí misma.
AMOR EXTREMO 15
Me gustan tus ojos
por que tu mirada tiene
sabor a fresa,
A veces demasiado dulce,
A veces demasiado ácida.
Me gustan tus ojos
porque ellos hablan conmigo.
A veces más
Que tú mismo.
AMOR EXTREMO (26)
Cada vez
que me aborda tu recuerdo
pierdo la noción de lo real
y me sumerjo en el infinito
de los sueños
buscando la razón,
buscando un pretexto,
tratando de explicar
porqué vives aún
en la sinapsis ilusiva
de la única área cerebral
con la que soy capaz de amar,
robando oportunidad
a otro amor
y a otra razón
para vivir.
AMOR EXTREMO II
Cuando pienses que te dejo,
cuando pienses que te olvido,
cuando pienses que no entiendo
lo que sientes, yo te pido:
que cierres tú los ojos
y que mires por adentro
y comprendas lo que siento
cuando veo tu figura,
cuando estrecho tu cintura,
cuando siento que podría
enredarme en la locura
y salida no habría,
ni razón, ni cordura;
cuando creo que mi mente
atrapada para siempre
quedará en tu pensamiento
y tu aroma en el viento
que perpetúa mi agonía
y no me bastaría la noche
y no me bastaría el día
ni me bastaría la existencia
si me enamoro de ti.
AMOR EXTREMO
Una tarde de verano
llegará volando
y descubrirá
nuestro amor en primavera
y se verán florecer las nubes del otoño
y llorará de felicidad
nuestra felicidad
y el tiempo será detenido en un segundo,
al instante de amarnos.
MORIR DE AMOR
Las nueve de la mañana. El sol brillaba magnífico en el firmamento. La princesa llegó. Hermosa, más que nunca. Su piel color de la miel y tan suave como el pétalo de una godencia. Sus ojos eran grandes y negros, negrísimos como dos inmensas noches sin estrellas, misteriosas y seductoras.
Le fascinaba reflejarse en sus ojos. Para él era como entrar derrepente en la noche con todo el sol quemándole el dorso. Adoraba ver a su musa despojarse de su túnica blanca y sumergirse tan natural como perfecta, en las aguas cristalinas de su lago.
ÉL era el príncipe, el elegido y él había dispuesto a todo su ejército que nadie, absolutamente nadie osara siquiera tocarla. Para todos ellos la princesa era sagrada. Cada mañana que llegaba todos se retiraban a jugar por entre los árboles y las flores o a fastidiar a los pobladores de la aldea. Todos respetaban el mañanero baño de la princesa. El enamorado príncipe se quedaba contemplándola maravillado y más enamorado cada mañana Sólo una vez rozó su piel.
Fue la primera vez que se encontró con su amada princesa en el lago. Él debutaba patinando sobre la superficie del lago cuando fue levantado lentamente por una mano color de la miel y resbaló suavemente por esa piel mojada hasta caer de nuevo en el agua. Nunca había antes experimentado sensación tan fascinante. Cuando voló sobre las aguas y la vio por primera vez quedó instantáneamente enamorado. Era el ser más hermoso que sus ojos habían contemplado en su corta existencia y no había hembra de su especie, ni flor ni ave más bellas que su princesa. Su anhelo más grande y lo que le daría la felicidad eterna era amarla. Vivir para acariciarla.
Deslizarse por todo su cuerpo y recorrer centímetro a centímetro esa piel tostada por el rey sol y mojada generosamente por el agua. Jugaría entre sus muslos brillantes y duros, resbalaría por sus pechos tan erectos como las montañas que contemplaba por el occidente cuando caía el sol, y tan firmes como los capullos de las rosas. Se posaría en las dos perlas negras que adornaban sus fantásticos montes y daría desde ellos la cara al sol. Luego revolotearía por su abdomen y se sumergiría en el pequeño hoyo que graciosamente adornaba el centro de su cuerpo.
Soñaba con hacer delirar de felicidad a su diosa. Recorrería cada una de las curvas de su naturaleza y besaría esos lindos brazos tan perfilados y perfectos. Llegaría hasta los pies y subiría por su espalda fina y quebrada hasta llegar a trepar por sus largos cabellos de forma tan caprichosa como enredadera y tan brillantes como el sol, negros y largos, Luego volvería a reflejarse en sus grandes y profundos ojos y se dejaría caer por su frente amplísima y despejada y por su perfecta nariz hasta sus labios, rojos como las rosas y preciosos como sólo ellos sabían serlo.
Sería feliz. Seguro que sería feliz. Quería sentirla respirar de cerca y escuchar íntimamente dispuesto los latidos de su corazón. Sería el mosquito más feliz sobre la tierra. La vida no le valía más que eso. Estaba seguro que moriría en paz después de eso. Y mayor seguridad no pudo tener cuando cumplido su deseo una bella mano, tan suave como el pétalo de una godencia y de color miel lo estrelló contra su pecho. Pero él, murió feliz.