Paolo Guerrero. De sólo escuchar su nombre, se genera un mar de sentimientos encontrados hacia el delantero peruano. De rendimiento regular (para arriba) en la selección, acaba de consagrarse campeón del mundo con el Corinthians y por su fuera poco, con dos goles suyos, que lo catapultaron al éxito deportivo y motivo de orgullo para todo un país necesitado de victorias.
Posterior a su consagración en Japón con el «Timao», escuché decir a muchas personas que Paolo Guerrero es un ejemplo para la niñez peruana, que de por sí ya lo adoptó como ídolo por encima de otras estrellas de nuestra selección como Juan Vargas y Jefferson Farfán. Pero, ¿basta con hacer goles para alcanzar tan idilio?
Para este servidor, hay otros factores que hacen de Guerrero un deportista diferente al resto, y que dejan una mejor imagen a la sociedad que va más allá de ser futbolista.
He visto a Paolo Guerrero llegar a Lima para integrarse a la selección peruana, pero también lo he visto darse tiempo para desprenderse de sus lujos y caprichos para llevar alegría a un niño, a una persona con necesidades o a algún albergue infantil que requiere de ayuda indispensable para poder sobrevivir. Se me viene a la mente por ejemplo, la ayuda que ofreció a la niña Romina Cornejo, víctima hace un par de años de la delincuencia en Lima y que felizmente, viene atravesando por un avanzado proceso de recuperación.
En julio del 2011, luego del meritorio trabajo realizado en la Copa América, decidió llevar un poco de ayuda y momentos gratos al colegio «Fe y Alegría», donde firmó pelotas y compartió momentos agradables con los alumnos de dicha institución educativa.
En junio de este año, previo a los juegos ante Colombia y Uruguay por las Eliminatorias, Paolo Guerrero se comprometió a ayudar a un niño de 9 años que padece de un mal congénito y que fue a buscarlo a la propia Videna en busca de un apoyo. El jugador no dudó en hacerlo y le entregó un monto económico para que el pequeño Nicolás Aponte pueda tener un mejor estilo de vida.
Otra aparición grata de Guerrero se da en una campaña de la Defensoría del Pueblo, que busca disminuir los niveles de intolerancia y racismo en el país. ¿Qué mejor que la imagen de un personaje público para parar de una vez con este problema grave de la discriminación en esta sociedad?
Ver a Paolo Guerrero portar la bandera del Perú tras ganar el Mundial de Clubes en Japón fue motivo de orgullo, pero lo es más saber que su lado humano es tan grande como su talento para jugar al fútbol. Definitivamente, es un digno embajador de nuestros colores en el mundo.
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