Las mujeres solemos dedicarnos mucho, cuando solteras, al cuidado de nuestra figura. Siempre estamos pendientes de nuestro peso, de contar las calorías que ingerimos, de hacer ejercicio para que nuestro cuerpo luzca con curvas perfectas y bien tonificado.
Este proceso se suele intensificar en la temporada previa al matrimonio, es más, optamos por algún tratamiento corporal que nos deje regias para ese momento inolvidable.
Pero que pasa luego que se acaban la ceremonia y la luna de miel?
Qué sucede luego cuando llegan los hijos?
Son muy pocas las mujeres que se cuidan luego en el matrimonio. Empezamos a subir de peso, ya no nos preocupamos por ejercitar nuestros músculos, es más, si tenemos hijos, nos olvidamos completamente de ser mujeres.
Nos dedicamos a ser madres, a trabajar dentro y fuera de la casa y empieza la devacle.
¿Es que acaso, ya conseguimos «casarnos» y eso es todo? Aquí se acabó el encanto.
¡Y los esposos! ni hablar.
Empiezan a comer desmesuradamente, se dedican a ver televisión en la casa aferrados al control remoto o a beber cervezas con sus amigos.
Entonces la barriga crece, cambian de talla de pantalón, y siguen cada vez aumentando su masa corporal.
Si bien los intereses en el matrimonio van más allá de la apariencia física, me parece que es importante mantenerse con una apariencia agradable a la vista.
Ahora, la llegada de los hijos nos convierte en madres pero no dejamos de ser mujeres, y no debemos dejar de sentirnos mujeres.
El matrimonio es un buen momento para cuidarnos más que nunca. Somos dos, para ponernos las pilas en hacer dietas, para salir juntos a caminar o correr o ir al gimnasio juntos.
Somos dos, para cuidarnos mutuamente el uno al otro, de tal manera de tener a la persona que amamos siempre en forma y saludables.
El amor también es salud.
¡Manos a la obra!